Se podría pensar que lo importante, lo trascendental, los momentos valiosos,...suceden en otro plano existencial más elevado, pertenecen a otro nivel...Sin embargo, la ternura se desliza en la piel de cada día, en la sonrisa matutina, en la conversación espontánea y trivial. También lo feo y lo triste se despliegan en el cada día.
Ese es nuestro espacio, el de cada día. Lo cotidiano siempre estuvo desplazado en el vagón de las baratijas, pero es donde se cuecen los momentos, donde se siente, se decide, donde se vive, donde se está. Por eso todo lo que nos aleja de lo cotidiano (atención, lo cotidiano no se riñe con lo especial, lo que se sale de la norma, lo fuera de lo común...) nos coloca la etiqueta de "ser" y nos inmoviliza, nos separa lo humano y diferente, nos separa de lo humano y lo diferente. Lo que nos acerca a lo cotidiano nos hace estar: podemos estar de muchas maneras, siempre en transformación.
Esta es una vindicación de lo cotidiano, lo que cuecen las mujeres. Los niños. Los ancianos. Lo que se cuece en el tú a tú, en el nosotros. Entre fogones, en la cafetería, en la tienda, en casa, en la calle. Lejos de las academias, los despachos, los hospitales, la sesión de psicoterapia. Porque lo cotidiano tiene muchas formas y colores, muchas capas, niveles, espacios, recovecos, salientes...tiene todas las voces y sonidos, todos los cuerpos.
Es ahí donde estamos, donde sucede todo.